Cuando los niños deciden jugar, no piensan: “Voy a aprender algo de esta actividad”, pero su juego crea potentes
oportunidades de aprendizaje en todas las áreas de desarrollo.
El desarrollo y el aprendizaje son de naturaleza compleja y holística; sin embargo, a través del juego pueden
incentivarse todos los ámbitos del desarrollo, incluidas las competencias motoras, cognitivas, sociales y
emocionales. De hecho, en las experiencias lúdicas, los niños utilizan a la vez toda una serie de competencias.
Esto ocurre con frecuencia durante las “actividades en los rincones de juego” o las “actividades de juego en el
centro”, en el contexto de los programas de aprendizaje temprano o educación preescolar.
Los niños aprenden de una manera “práctica”: adquieren conocimientos
mediante la interacción lúdica con los objetos y las personas, y necesitan mucha práctica con objetos sólidos
para entender los conceptos abstractos. Por ejemplo, jugando con bloques geométricos entienden el concepto
de que dos cuadrados pueden formar un rectángulo y dos triángulos pueden formar un cuadrado. Bailando
según una pauta consistente en dar un paso adelante, un paso atrás, girar, dar una palmada y repetir, pueden
empezar a aprender las características de los patrones que constituyen el fundamento de las matemáticas.
Los
juegos de simulación o “simbólicos” (como jugar a la familia o al mercado) resultan especialmente beneficiosos:
en este tipo de juegos, los niños expresan sus ideas, pensamientos y sentimientos; aprenden a controlar sus
emociones, a interactuar con los demás, a resolver conflictos y a adquirir la noción de competencia.
El juego sienta las bases para el desarrollo de conocimientos y competencias sociales y emocionales clave. A
través del juego, los niños aprenden a forjar vínculos con los demás, y a compartir, negociar y resolver conflictos,
además de contribuir a su capacidad de autoafirmación.
El juego también enseña a los niños aptitudes de
liderazgo, además de a relacionarse en grupo. Asimismo, el juego es una herramienta natural que los niños
pueden utilizar para incrementar su resiliencia y sus competencias de afrontamiento, mientras aprenden
a gestionar sus relaciones y a afrontar los retos sociales, además de superar sus temores, por ejemplo,
representando a héroes de ficción.
En términos más generales, el juego satisface la necesidad humana básica de expresar la propia imaginación,
curiosidad y creatividad. Estos son recursos clave en un mundo basado en el conocimiento, y nos ayudan a
afrontar las cosas, a ser capaces de disfrutar y a utilizar nuestra capacidad imaginativa e innovadora. De hecho,
las aptitudes esenciales que adquieren los niños a través del juego en el período preescolar forman parte de lo
que en el futuro serán los elementos constitutivos fundamentales de las complejas “competencias del siglo XXI”
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